jueves, 19 de agosto de 2010

Origen

Hacía ya mucho tiempo que no actualizaba este blog. Mentalmente me he ido escudando con la extremadamente tópica excusa de la falta de tiempo, pero todos sabemos perfectamente a que en todos estos días no me ha ocurrido nada. Bueno, decir nada quizás es exagerar. Sería más correcto decir que no me ha ocurrido nada interesante. Es decir, nada malo.

Y es que al ser humano no le interesa lo positivo. No es rentable. Imagínate que 2012 no tratara sobre hecatombes y muertes meteorológicamente improbables, sino que durante esas tres horas se nos narrara la felicidad de los protagonistas y la satisfacción con sus propias vidas. Más de uno arrojaría las palomitas a la pantalla no sin antes bramar al cielo cuánto hijo de puta hay suelto. Me incluyo.

Después de leer esto más de uno se estará alegrando de que por fin la vida vuelva a darme de patadas, pero lo cierto es que el concepto de volver es erróneo. La vida no ha vuelto a fastidiarme, porque no ha dejado de hacerlo. Ni a mí ni a nadie.

Me explico. Las cosas no cambian. Nada. En absoluto. Ni una pizca. Tan sólo cambia la impresión que causa en nuestra mente. Lo cual es una putada, porque un día crees que algo es maravilloso y al día siguiente te encuentras frente a una acumulación de abono de proporción titánica. Ese cambio de parecer a veces dura un simple instante, a veces dura años, y a veces dura toda una vida. Pero todas esas impresiones no terminan de traspasar el blindaje de la realidad. Siempre terminan por volver a su lugar de origen, en donde el desgraciado nunca deja de serlo. 

Un día te levantas y te das cuenta que todo lo malo de lo que te sentías liberado no sólo ha vuelto, sino que jamás dejó de estar ahí, aunque camuflado. Tienen otra forma, otro rostro, otro significado, pero no dejan de ser lo mismo, un pozo de excrementos y una mano que hace que te resbales. De nuevo. En esos instantes te sientes un auténtico inútil. Inútil y ciego, para ser más exactos. Sientes que a tu alrededor todo deja de funcionar, todo sigue siendo la misma mierda pero envejecida por el paso del tiempo. Y lo peor de todo no es estamparte de morros contra la crudeza de la existencia, sino ver cómo una de las personas que más te importa cae en el mismo error. Casi de forma simultánea. Y al igual que tú creía haber avanzado, superado el bache. Y no sólo se da de bruces una, sino dos veces seguidas. Es como si la vida quisiera asegurarse que ha captado el mensaje: es un desgraciado. Y no sólo te sientes mal por él, sino porque de repente aquello que te abrumaba hace unos segundos deja de tener valor ni para ti ni para nadie, y vuelves a sentirte un inútil. Inútil y ciego. Y egoísta. 

El ciclo de la des-fortuna, cuando a alguien le sonríe la vida, otro las pasa putas. Lo cual no deja de ser una mentira, ya que ninguno de los dos deja de ser afortunado y desgraciado al mismo tiempo y de forma ininterrumpida. Miento, hay pequeñas interrupciones. Muy leves y a muy mala idea. Creemos pensar que es la felicidad. El impulso de cerrar los ojos con fuerza antes de recibir un puñetazo en el estómago. Una simple impresión de algo que no deja de ser malo, pero que en proporción resulta incluso agradable. El tiempo de espera de una putada a otra.

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