jueves, 19 de agosto de 2010

Calor

Definitivamente la humanidad me la tiene jurada. Basta con que recupere la fe en ella durante unos segundos, para que vuelva a arrojarme a la cara sus constantes aunque dolorosas dosis de realidad. Aunque de forma metódica haya conseguido engañarme una temporada, siempre acaba explotando, y siempre es una explosión dolorosa, no por que desmiembre a nadie, sino porque a pesar de tu autoconvencimiento de que volverá a estallar en tus narices, siempre acabas torciendo la mano a favor de una nueva oportunidad. Pero el resultado siempre es un sonoro estallido en plena cara.

Por desgracia (o por suerte, según se mire) todos los seres humanos nos guiamos bajo el mismo patrón, la mentira. Siempre hay una mentira sobre nuestras cabezas, siempre nos rodea un engaño, queramos admitirlo o no. Pero no es algo complicado. De hecho, sobrellevar una mentira es bastante simple. Tan sólo tienes que calcular, casi de forma milimétrica, tus palabras, tus detalles, tus gestos. Pero por desgracia (o por suerte, repito), hay dos momentos en los que la mentira nos absorbe y acabamos rindiéndonos ante la simpleza de la realidad, porque admitámoslo, la verdad siempre es mucho más sencilla, más directa, pero quizás menos decorativa, y tan sólo hay dos puntos de nuestra vida en que, sin darnos cuenta, mostramos al mundo nuestra verdadera cara. Dejamos ver qué es realmente importante para nosotros. Por qué estamos dispuestos a luchar, y por qué estamos dispuestos a sufrir. Uno de esos momentos es el instante previo a la muerte. El otro es el enfado.

El enfado hace que nuestra mente se nuble, hace que el calor suba desde la punta de los pies y no nos deja pensar con claridad. Es algo totalmente irracional, escapa a nuestro control. Un ser enfadado puede gritar, reventar una mochila a patadas, poner los cuernos, acuchillar, arañar la pared, e incluso escuchar Beyoncé (la maldad de nuestra especie no tiene límites). Siempre es fácil decir cuando miente otra persona, pero cuando nosotros mismos ocultamos algo, algo que no queremos dejar a la luz fácilmente, es mejor no enfadarse. Porque hace que salte a la vista con una facilidad casi de guardería. Resulta kafkianamente irónico cuando alguien está enfadado porque otra persona le ha engañado, y el propio enfado muestra sus verdaderas intenciones, bastante lejanas a lo que quiere dejar ver.

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